Artículos de Domingo Delgado
de la Cámara
EL POETA DEL TOREO
23-11-2008
Y así lo hice. Después de soportar el diario suplicio de San Isidro, llegué a casa y me dispuse ver el DVD de El Calesero. Yo sabía que había sido un torero variado y de gran clase, pero que no había llegado a más por su abulia y poca decisión. Hasta los historiadores mejicanos le despachaban displicentemente con cuatro líneas. Mientras veía esas imágenes (repetidas mil veces después), me levantaba del sofá movido por la emoción, e hice de Alfonso Ramírez uno de mis consentidos, de mis más predilectos. Este torero fue mucho más de lo que dicen que fue. Ha sido uno de los grandes artistas del toreo de toda la historia.
Sorprende en primer lugar su clase impecable. Una elegancia sencilla y constante sin el menor asomo de exceso gestual o manierismo, los dos grandes defectos de los toreros que pretenden ser artistas sin serlo. El exceso gestual consiste en recargar la realización de las suertes de modo innecesario: bajar la mano más de lo debido, adelantar la pierna exageradamente, poner cara de loco, hundir el mentón… El manierismo es un intento de refinamiento de las suertes que cae en lo afectado y en lo cursi: la manita pidiendo limosna, la cadera en movimiento como bailarina de strepp-tease, los pies de puntillas como un gorrión…, defectos constantes de los pseudoartistas. Pues en nada de eso caía el Calesero. Esta es la primera característica de este gran torero: una estética serena presidida siempre por el mejor gusto.
Me llamó la atención en segundo lugar la extraordinaria amplitud del toreo del Calesero. Tanto en lo accesorio como en lo esencial. Cuando lo veía claro, era magistral. Tenía una variedad con el capote que deslumbraba. Recoge y refina todos los quites imposibles del gran Pepe Ortiz, y además crea otros dos, tan imaginativos e inverosímiles como los faroles invertidos y la caleserina.
Con estos quites volaba delante de la cara del toro. Tal era la facilidad y la elegancia con que movía el capote. Hay imágenes de un quite por navarras en Aguascalientes que es un canto a la armonía en movimiento. Cosa dificilísima: es mucho más fácil conservar la elegancia estando parado.
Pero es que, a la verónica, toreaba de maravilla. Una verónica del mejor clasicismo tanto con el compás abierto como a pies juntos. Banderilleaba con garbo. Y con la muleta dominaba también lo accesorio y lo esencial con la misma soltura. Solía comenzar las faenas con una vitolina con la mano izquierda, que era muy emocionante. Después combinaba la variedad del molinete o el ayudado por bajo con un toreo en redondo del mejor estilo y de gran cadencia. Porque, además, toreaba muy despacio. Aunque mataba mal, todo hay que decirlo.
El toreo del Calesero cincuenta años después tiene una vigencia plena. No tiene casi nada que envidiar a lo que hacen los toreros más actuales. No está anticuado, como sucede en el caso de otros grandes toreros. ¿Por qué? Porque es rabiosamente clásico, y lo clásico nunca pasa de moda.
Y un torero tan elegante, que jamás hizo ninguna concesión al mal gusto y que, además, tenía una variedad que casi nadie ha tenido, ¿cómo es posible que haya militado tanto tiempo en la segunda fila y haya tenido en muchos aspectos una carrera tan oscura?
Dicen que era abúlico, que no tenía valor y, por tanto, no era capaz de estar bien cuando había que estar bien. Dicen también que con los toros malos no podía y que para triunfar necesitaba un toro muy claro. En fin, que tenía todas las limitaciones de los artistas sin valor que suelen conducir a la segunda fila. Ya conocen el adagio del Guerra: los del valor a mandar y los del arte a acompañar… Pero creo que este es un análisis simplista que explica parte, pero no todo de su caso.
El problema del Calesero es que quería torear de salón a los toros de verdad. Y ese intentar un toreo perfecto ante toros imperfectos, le llevó muchísimas veces a la enfermería. Fue un diestro castigadísimo por los toros. Un dato: en 1950 el toro Trianero de Mimiahuapam le infirió siete cornadas en los muslos.
Sus mejores años transcurrieron entre 1954 y 1959. Es decir, después de que Trianero estuviese a punto de matarlo. Lo que me hace pensar que no debía estar tan mal de valor porque, tras cornadas como esas, la mayoría se han venido abajo. Otro adagio del Guerra: A los toreros se les va el valor por los agujeros…
Después de una irregular trayectoria como novillero, tomó la alternativa en El Toreo el día de Nochebuena de 1939. El toro se llamó Perdiguero, de San Mateo. El padrino fue el gran Lorenzo Garza y el testigo David Liceaga. En una época competidísima en la fiesta de Méjico, Alfonso no era capaz de sacar la cabeza en la primera fila. Dejaba cosas preciosas pero sin continuidad. En esto viajó a España y confirmó su alternativa en Madrid en 1946 con esta preciosidad de cartel: Pepe Luis Vázquez, Pepín Martín Vázquez y El Calesero, con toros de Sánchez Cobaleda. En Sevilla le tocaron la música al torear de capote a un toro de Juan Belmonte. Después se rompió el convenio hispanomejicano, y se volvió a Méjico a vegetar en la segunda fila. Si de vez en cuando se acordaban de él y le ponían en un buen cartel, era porque Armillita padre, gran partidario suyo, le protegía.
Pero poco a poco, superando tardes malas y cornadas pavorosas, a los quince años de alternativa ya tuvo la solidez necesaria para torear de salón a los toros de verdad. Ya estaba la técnica pulida, y el día 10 de enero de 1954 al toro Campanillero, de Jesús Cabrera, en la Plaza Méjico le hizo una de las faenas más bellas e inspiradas que se han hecho. Por el mal uso del estoque le cortó solamente una oreja. Pero ahí quedó aquello. Un reaparecido Armillita estaba gozoso y sonriente por el triunfo de su compañero más que por el suyo propio. Estos son los años buenos del Calesero, con toros muy importantes en Guadalajara y Aguascalientes, su ciudad natal, donde era un consentido y esta sazón hubiera sido la más oportuna para haber venido a España… En 1959 protagonizó varios mano a mano con Luis Procuna (otro personaje), y se retiró en 1966, pero no dejó de participar en tentaderos y festivales prácticamente hasta su muerte.
En el escalafón español ha habido un torero paralelo a El Calesero: el maestro catalán Joaquín Bernadó. Ambos han tenido una clase extraordinaria. Se diferenciaban en que el arte del Calesero era más profundo y el de Bernadó más estilizado. No hay que olvidar que el torero referencia de Calesero es Pepe Luis Vázquez, mientras que el torero referencia de Bernadó es Manolete. Pero ambos comparten muchas cosas. Ambos han estado preteridos en la segunda fila sin merecerlo. Alguien argumentará: es que eran irregulares y no tenían mucho valor. Pero toreros con menos valor y con menos arte han estado en la primera fila, han tenido un gran predicamento y han ocupado un puesto del todo inmerecido. Los dos tuvieron una espada desastrosa que les birló triunfos importantísimos.
Estos dos toreros nunca fueron escandalosos. Tenían el suficiente buen oficio para quitarse de delante a los toros malos con dignidad. Paradójicamente, la falta de escándalos les perjudicó, pues los artistas necesitan provocar al público para estar en el candelero. Si no, que se lo digan a Curro Romero.
Ambos, el Calesero y Bernadó, comparten también la devoción de los buenos toreros y los buenos aficionados, mientras están completamente olvidados por la gran crítica y por el gran público. Y yo, que me formé como aficionado en los domingos del verano madrileño de hace treinta años, recuerdo a aquél Bernadó metido de forma injustísima en aquellas corridas tan duras, toreándolas con aquella pulcritud y buen oficio, y dejando siempre detalles de gran toreo y de gran torero. Joaquín Bernadó merece una rehabilitación y un homenaje.
Pero volvamos al Calesero. Había nacido en 1916 en el barrio de Triana de Aguascalientes, y siempre ejerció de sevillano. Por cierto, si hubiera sido de la Sevilla del Betis, se hubieran escrito mil libros sobre su persona y sería un auténtico mito. Y con el Calesero he descubierto que a los de Sevilla les ocurre lo mismo que les pasa a los de Bilbao, que nacen donde nos da la gana: yo nací en Madrid; él en Aguascalientes. Era un enamorado de su profesión. Le llamaron, y con razón, el poeta del toreo. Decían que los pajaritos se posaban en el ruedo para verle torear: tal era el arte y la despaciosidad que se gastaba (se non è vero, è ben trovato).
Dicen también que no ha sido el mejor torero mejicano, pero sí el mejicano que mejor ha toreado. Esto lo dicen los que le vieron torear, pero ya se sabe que la historia oficial siempre va hacia otro lado. Y hubo un hombre que siempre comentaba que Calesero era el torero a quien mejor había visto torear. Aquél hombre era Manolete.
Post Data: las colecciones de DVD del Grupo visa de Guadalajara, Jalisco, son una delicia para el aficionado. Sobre todo para el aficionado español, pues va a descubrir un universo taurino ignorado. Parece mentira que el toreo en Méjico haya caído en el marasmo en el que se encuentra, cuado las imágenes nos muestran que en otros tiempos la tauromaquia mejicana tuvo tanto esplendor como la española. La Colección “FIGURAS DEL TOREO” es especialmente recomendable. Además de unas imágenes preciosas, está todo muy cuidado. Los comentarios de Federico Garibay rezuman amor por la fiesta y el fondo musical, con los pasodobles castizos de siempre, es muy evocador (ya estoy harto de tanto guitarreo y tanto jipío. ¡Viva el pasodoble! Los DVD de Armillita padre y de Lorenzo el Magnífico son antológicos. Gracias, Paco, por este regalo.
|
